La matanza comenzó el 22 de enero de 1932, en los municipios de Ahuachapán, Juayúa, Tacuba, Izalco y Nahuizalco. Las comunidades indígenas de estas zonas pagarían ese día el precio de revelarse contra el régimen clasista que por décadas los había mantenido en la miseria y despojados de sus herencias ancestrales como la tierra y la identidad. |
La
insurrección indígena de 1932 en el occidente del país, durante el régimen
militar del General Maximiliano Hernández Martínez fue una respuesta al
autoritarismo oligárquico y capitalista de la época, que provocó ejecuciones y
el aniquilamiento masivo de campesinos que eran considerados “comunistas”. El
lema de Hernández Martínez era: primero fusilen y después averiguan…
La
matanza comenzó el 22 de enero de 1932, en los municipios de Ahuachapán,
Juayúa, Tacuba, Izalco y Nahuizalco. Las comunidades indígenas de estas zonas
pagarían ese día el precio de revelarse contra el régimen clasista que por
décadas los había mantenido en la miseria y despojados de sus herencias
ancestrales como la tierra y la identidad.
Los
míseros salarios en las fincas de los terratenientes, la mala alimentación y
los maltratos a los que eran objeto los indígenas, así como también la ley que
Hernández Martínez impulsó para expropiar las tierras comunales y ejidales en
todo el territorio salvadoreño incrementaron el descontento en los pueblo
originarios.
El
24 de enero de ese mismo año los militares comenzaron a masacrar grupos de
indígenas desarmados, los muertos se contaban por miles en diversos municipios
del occidente. Todo el que usaba el refajo, el cotón o hablaba el Nahuat era
considerado enemigo comunista y tenían que matarlo. Los terratenientes y
hacendados como Gabino Mata justificaban los asesinatos diciendo que “si no los
matábamos, ellos nos habrían matado a nosotros”.
Alrededor
de 30 mil indígenas fueron fusilados en todo el país. En Izalco fueron
asesinados más de 10 mil, con la modalidad de que en este lugar se asesinó solo
a hombres y niños arriba de los doce años.
El
líder del movimiento insurreccional, Feliciano Ama fue capturado por los
militares en los huatales de Izalco, fue arrastrado por las calles del pueblo,
y colgado de un árbol de Ceiba en el parque central frente a una multitud de
indígenas con el objetivo de infundirles miedo y terror y dejarles en claro que
todo aquel que se revelara tenía el mismo destino, la muerte.
A
partir de ese momento el miedo quedó impregnado en las poblaciones originarias
y durante las décadas venideras casi nadie querría hablar sobre el tema por
temor a ser perseguido y aniquilado, incluso muchas familias llegaron al punto
de cambiarse el apellido.
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