Después de
la "independencia" de España, las provincias
centroamericanas
y al interior de la mayoría de ellas, se suscitaron guerras entre conservadores
y liberales, entre unionistas y separatistas de la Federación de las Provincias
de Centro América, las fuerzas armadas de las facciones políticas estaban
constituidas por indígenas, que habían sido reclutados forzosamente, es decir,
llegaban a los poblados indígenas y para reclutarlos a la fuerza, recurrían
prácticamente a la cacería humana para obligarlos a enlistarse en los
ejércitos, e ir a pelear guerras que no le pertenecían y que si eran derrotados
o salían victoriosos el ejército que lo había reclutado, el indígena en ambos
casos no ganaba absolutamente nada, sólo lo habían instrumentalizado, si es que
no quedaba mutilado o perecía en combate.
Los
gobernantes de la época para financiar las guerras recurrían a la creación de
nuevos impuestos onerosos, lo que provocaba un empeoramiento de las condiciones
económicas y sociales del indígena, porque aumentaba su explotación casi al
exterminio, los indígenas eran tratados peor que a bestias, los reclutaban para
trabajos o servicios forzados, los terratenientes se abrogaban el derecho de
infringir a los indígenas castigos corporales, con látigo, cepo y hasta
mutilaciones, aumentó el ultraje y la humillación del indígena hasta niveles
racistas.
La
voracidad de los europeos era insaciable y les despojaron a la fuerza y de
manera "legal" de las tierras propiedad de las comunidades indígenas
con la ley de privatización de tierras baldías o realengos, el 27 de enero de
1825.
Los
indígenas ya no soportaron esta situación dantesca y se sublevaron de forma
esporádica y aislada en 1832, en las localidades de Izalco, Sonsonate,
Ahuachapán, Tejutla, Chalatenango, Zacatecoluca, Santiago y San Juan Nonualco,
y San Miguel.
Anastasio Aquino
De
los niveles de injusticia el indígena solo se podía liberar con la muerte, se
llegó a un límite de aguante, y los indígenas de las tribus nonualcas del
departamento de La Paz y de San Vicente, se alzaron en armas liderados por el
caudillo Anastasio Aquino, en enero de 1833.
Anastasio
Aquino logró formar un ejército de aproximadamente diez mil hombres, inclusive
había combatientes que provenían de San Salvador, Ilopango y Soyapango, según
sus enemigos eran solo unos tres mil combatientes, y si así hubiera sido ni
Francisco Morazón tuvo un ejército de esas proporciones.
La
lucha del comandante Anastasio no fue por el cambio de poder político, porque
de ser así se hubiera encaminado a San Salvador y deponer al presidente Mariano
Prado, de todos modos ya había derrotado varias veces la fuerza armada.
Anastasio llegó hasta Olocuilta, ciudad que estaba bajo su control militar, su
lucha revolucionaria se circunscribía únicamente por la devolución de la tierra
(que les habían robado los terratenientes, y que por ciento la gran mayoría de
ellos eran curas), y el trato humano para con los indígenas (eran tratados peor
que bestias de carga), su objetivo era la liberación de los indígenas y de los
mestizos.
Anastasio
pedía al gobierno salvadoreño el reconocimiento y autonomía política del
territorio liberado por su ejército que comprendía los departamentos de La Paz
y San Vicente, cuando bien pudo marchar hasta San Salvador y deponer al
gobierno, y convertirse en el primer indígena presidente de un país de América
Latina.
Una
lluvia de plomo disparada por la fuerza armada de El Salvador, asesinó al héroe
nacional, murió con una sonrisa, como diciendo la lucha continúa, no me han
matado, sobreviré y reencarnaré en todo aquel indio y mestizo que defienda los
derechos e intereses de los oprimidos.
Un
verdugo miembro de la fuerza armada alzó una hacha y le cortó la cabeza de un
solo tajo, era tanto el miedo que le tenían a la presencia y prestancia del
caudillo que era necesario "matarlo dos veces", para estar seguro que
Anastasio no viviría y para que nadie se recordara de él ni de su gesta
libertaria.
Después
de "asesinar varias veces" al comandante Anastasio Aquino, la fuerza
armada persiguió a la familia del caudillo para asesinarla, ésta logró huir y
esconderse en las montañas de La Paz y San Vicente, en donde el caudillo
combatió las fuerzas del mal, por tal razón es muy difícil en la actualidad
encontrar en descendientes de Anastasio Aquino.
El
odio y el desprecio de la oligarquía salvadoreña hacia el indio y al mestizo
llegan hasta el siglo XXI, y mantienen todavía las estructuras autoritarias, de
corrupción y de impunidad.
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