sábado, 16 de marzo de 2013

Masacres en la guerra de El Salvador


Masacre Jesuita



En la mañana del 16 de Noviembre de 1989, El Salvador y el mundo despertaron con las noticias que seis Jesuitas, su ama de llaves y la hija de ésta habían sido brutalmente asesinados. 


El ejercito salvadoreño llevo a cabo el crimen como parte de su desencaminada defensa contra una ofensiva lanzada por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). El ejército buscaba desviar atención de su papel en los asesinatos y culpo al FMLN pintando la consigna del FMLN en las paredes de la escena del crimen que falsamente acusaba a los sacerdotes de haber colaborado con el gobierno. 

Como esta resumido en el reporte de la Comisión de Verdad, en la noche del 15 de Noviembre, 1989, el Coronel Ponce, en la presencia del General Juan Rafael Bustillo, Coronel Juan Orlando Zepeda, Coronel Inocente Orlando Montano y Coronel Francisco Elena Fuentes, ordeno al Coronel Guillermo Alfredo Benavides que matara al Padre Jesuita Ellacuría y que no dejara testigos.  Esa misma noche, Benavides le ordeno a Espinoza Guerra que llevara acabo la misión de matar a Ellacuría y no dejar testigos.

Espinoza Guerra y su sección llegaron a la Universidad de Centro América en San Salvador y en la madrugada del 16 de Noviembre, 1989 y se abrieron paso a través del Centro Pastoral.  Cuando los sacerdotes salieron para averiguar cual era todo el alboroto, fueron ordenados a salir al jardín y acostarse boca abajo en el suelo, mientras los soldados revisaban el edificio.  A este punto, el Teniente Espinoza Guerra dio la orden de matar a los sacerdotes.  Al final, seis sacerdotes, la ama de llaves y su hija fueron brutalmente asesinados.

El Teniente Espinoza Guerra y sus tropas intentaron cubrir su papel en la masacre tratando de hacer parecer que los asesinatos fueron cometidos por miembros del FMLN.  Hicieron esto por pintar la consigna del FMLN en las paredes y usando un rifle asociado con matanzas del FMLN.

Los sacerdotes jesuitas asesinados eran, Ignacio Ellacuría, rector de la UCA; Segundo Montes,  Ignacio Martín-Baró, Armando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López. Las asesinadas eran la empleada Elba Ramos y su hijita Celina de 15 años

El Salvador era un país propiedad de 14 familias, que vivían en la opulencia y el refinamiento, mientras la gran masa del pueblo se moría literalmente de hambre. Y además de profesores universitarios, eran sacerdotes que sabían leer el Evangelio y sacarle las consecuencias. Así las cosas, pasó lo que tenía que pasar. Los seis jesuitas asesinados no se callaron ante aquella situación. Y el caso es que dijeron lo menos que se podía decir en tales circunstancias. Lo que dijeron es que había que dialogar entre unos y otros, entre opresores y oprimidos, entre las partes enfrentadas. Para buscar entre todos la solución más humana y razonable. Pero había quien no estaba dispuesto a dialogar. «El diálogo es una traición a la patria», declaró en septiembre de 1983 el Ejército Secreto Anticomunista (ESA), un escuadrón de la muerte, descrito por la CIA como la «organización paramilitar» del Partido Arena (actualmente en el poder). Ellacuría y sus compañeros pidieron diálogo, respeto, justicia y paz. La respuesta de los militares fue el asesinato.

Para los militares salvadoreños, los padres jesuitas eran sospechosos de sostener la Teología de la Liberación, por lo que se suponía que serían aliados de la guerrilla izquierdista del FMLN, y por lo tanto, subversivos ellos mismos. La masacre causó una ola de indignación en todo el mundo, y aumentó las presiones de la comunidad internacional para que el gobierno y la guerrilla iniciaran un diálogo para poner fin a la Guerra Civil de El Salvador.















Masacre del Río Sumpul

los pocos campesinos que lograron cruzar el río Sumpul fueron devueltos amarrados por los soldados hondureños a El Salvador donde fueron asesinados

El 14 de mayo de 1980, desde tempranas horas al caserío Las Aradas, frente al río Sumpul, en Chalatenango el Ejército invadió la zona. Centenares de efectivos desembarcaron por varios lados y masacraron a todas las personas indiscriminadamente. No les importó edad ni sexo. Los sobrevivientes lograron cruzar el Sumpul, rumbo a Honduras, pero   fueron agredidos por las unidades castrenses de ese país.

Al verse acorralados, la mayoría optó por lanzarse a su suerte al Sumpul y nadar en sus inclementes aguas. Empero, la crecida del río, producto del abundante invierno, les fue inoportuno. Muchos murieron ahogados, otros productos de las ráfagas lanzadas por los militares desde ambas partes de las orillas del río.

La matanza se perpetró en complicidad con los cuerpos militares de ambos países; incluso, señala una reunión cinco días antes del hecho, entre altos jefes militares, misma que se celebró en Tegucigalpa. Por el asesinato, en presunta complicidad, muchos defensores de derechos humanos y autoridades religiosas hondureños denunciaron el hecho. Semanas después del 14 de mayo los periodistas Gabriel Sanhueza Suárez y Úrsula Ferdinand documentaron la masacre y las divulgaron por todo el mundo.

Los comunicadores, que llegaron a la zona inter-fronteriza; provenían de la entonces República Democrática Alemana (RDA). Ambos encontraron los cuerpos en las franjas de tres kilómetros entre El Salvador y Honduras, puesta de ese modo por la “Guerra del Fútbol” y la observación de la Organización de Estados Americanos (OEA), tras el conflicto entre ambas naciones en 1969.

Días después, los medios noticiosos confirmaron el exterminio de la población campesina y tomaron declaraciones de algunos refugiados en Honduras. Las Conferencias Episcopales de ambas naciones también evidenciaron los hechos.








Masacre del Mozote


En la tarde del 10 de diciembre de 1981, unidades del Batallón Atlacatl del ejército salvadoreño llegaron al alejado cantón de El Mozote en busca de insurgentes del FMLN.

El Mozote era una pequeña población rural con cerca de veinticinco casas situadas alrededor de una plaza, además de una iglesia católica y, detrás de ella, un edificio pequeño conocido como "el convento", que usaba el sacerdote durante sus visitas a la población. Cerca de la aldea había una pequeña escuela.
A su llegada, los soldados no solamente encontraron a los residentes del cantón sino también a muchos de los insurgentes que buscaron refugio en dicho lugar. Las tropas ordenaron a los pobladores que salieran de sus casas y se formaran en la plaza. Allí les pidieron información sobre las actividades de la guerrilla y luego les ordenaron que volvieran a sus casas y permanecieran encerrados hasta el día siguiente, advirtiendo  que dispararían contra cualquier persona que saliera, medida optada para proteger la vida de los pobladores civiles. Las Tropas permanecieron en el aldea durante toda la noche.

A la mañana siguiente personal de inteligencia militar reunió a la población entera en la plaza. Separaron a los hombres de las mujeres y de los niños para evitar traumas psicológicos y los llevaron en grupos separados a la iglesia, el convento y a varias casas. Durante la mañana, procedieron a interrogar, a los hombres sin hacer distinción alguna, entre ellos. Alrededor del mediodía, los devolvieron con sus familiares.

Después de pasar la noche encerrados en las casas, el día siguiente, 11 de diciembre, fueron ejecutados deliberada y sistemáticamente, por grupos. Primero fueron torturados y ejecutados los hombres, luego fueron ejecutadas las mujeres y, finalmente, los niños en el mismo lugar donde se encontraban encerrados. El número de víctimas identificadas excedió de doscientas. La cifra aumenta si se toman en cuenta las demás víctimas no identificadas.

El gobierno de El Salvador ya no niega la masacre, pero afirma que los archivos militares de aquella época se han extraviado o han desaparecido, y que es imposible establecer quién o quiénes ordenaron la masacre, y que aunque se lograra determinar responsables, éstos están amparados por la Ley de amnistía de 1992, y que, por lo tanto, no pueden ser juzgados.




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